24 agosto 2006

Letras Redondas. Historias, cuentos y poesías inspirados en el fútbol

Cuento publicado en el Boletín N° 39 del CIHF (Centro para la Investigación de la Historia del Fútbol)

El socio Marcelo Ventieri envió este cuento y nos presenta a su autor: Nicolás Speranza es técnico en Organización y Desarrollo de RR.HH., egresado del Instituto Vicente Pallotti, de Turdera. Especialista en juntar amigos, organizar eventos y armar equipos de fútbol, como el "Sangre, Sudor y Lágrimas" de esta historia. Alguno de sus cuentos se pueden leer en Intercele y en la página oficial del Club Temperley.

Tenemos un arquero que es una maravilla
Por Nicolás Speranza (especial para el CIHF)

Dicen que los equipos se arman de atrás para adelante. Primero te asegurás que no te conviertan y a partir de allí, empezás a pensar en el arco de enfrente. Será por eso que la figura del arquero adquiere mucha importancia, sobre todo cuando los diez restantes son “picapedreros” (Picapedrero: dícese del jugador de fútbol, que no cuenta con los mínimos atributos de talento para manejar la pelota, siendo reemplazados por el despliegue físico y la pierna fuerte.)
Algo así era nuestro equipo SSL –Sangre, Sudor y Lágrimas- nacido gracias a la pasión y constancia de Oscar. El origen se remonta a la época del secundario, donde solo se piensa en el fútbol, la música, las mujeres y pasarla lo mejor que se pueda. Lástima, después inexplicablemente uno se complica…
El equipo se nutría permanentemente del semillero que producía el colegio, en los últimos años. Cuando se resentía alguna de sus líneas (siempre), se buscaba algún pibe de 17 o 18 años que la rompiera, y que, por sobre todo, “amara al fútbol como a si mismo” Muchos años después, Maradona, modificó este mandamiento por “la pelota no se mancha”, y las generaciones menos religiosas, lo entendieron mejor.
Quizás la incorporación más acertada fue la de Omar Giacomelli, un pibe de sexto año, del que todos hablaban por sus cualidades para el arco.
Era flaco y alto, narigón como el mismo Bilardo, y calladito. Vivía en Burzaco y su viejo tenía una carnicería muy prolija con carne de primera calidad (imposible no mencionar esto que parece irrelevante, cuando pienso en los asados del Ñato, nuestro Carlitos Bianchi). Como hijo menor, su Mamá lo cuidaba bastante, en exceso para los que teníamos que negociar que lo despertara a las 8 de un domingo.
El día que debutó pidió permiso para cambiarse en un rincón, y mirando al piso llegó al arco para el peloteo previo. Los más grandes, pateábamos displicentemente para no asustarlo, y algunos dudábamos que fuera la solución.
A medida que los rivales llegaban al arco (fácilmente), nos íbamos tranquilizando, el Pibe sabía del tema.
Ese primer partido, no sé como terminó, pero si recuerdo que a partir de allí empezamos a ganar más partidos de los que perdíamos, y que nuestra defensa, pasó a ser una de las más impenetrables.
El Flaco era titular indiscutido y pieza clave, de un equipo que basaba su funcionamiento, en dos puntos centrales: Primero: que él sacara todo lo que llegara al arco, Segundo: que el Mono (otro personaje irremplazable), solo arriba, les ganara a todos en velocidad, pateara al arco desde cualquier posición y la embocara. Con decir que solo pedía que los de abajo la revoleáramos para arriba, no importaba el lugar, él se encargaría del resto.
Les aseguro que mucha gente se acercaba solo, para verlo atajar. Todavía nos estamos preguntando como hacía para volar de palo a palo, después de haber tapado un mano a mano. Para los penales también era bueno, en el fondo creo que el Goyco nos salvó en el 90, gracias a que le copió algunas cosas al Flaco.
Omarsito, además de ser el mejor arquero del campeonato (y del mundo), era un “pan de Dios”. Nunca me voy a olvidar, cuando vino al velatorio de mi Viejo. Llegó casi a media noche, nos sentamos un rato a charlar y como vio que me caía de sueño, me sugirió que me vaya a dormir. Le hice caso, y a eso de las 4 de la mañana, cuando me desperté, Omar seguía en la misma silla. Se levantó me saludó y recién ahí se fue.
Todo lo que tenía de bueno, también lo tenía de pasional, se calentaba con los rivales y principalmente con los árbitros, así que dos por tres, se comía alguna amarilla, que después le generaba culpa, por el riesgo al que nos exponía de quedarnos con uno menos. Aunque en realidad, ningún árbitro se hubiese animado a expulsarlo y perderse la posibilidad de verlo atajar.
En la zona todos le reconocían sus cualidades, incluso “el Lobo”, un ex integrante del seleccionado nacional, que lo presentó en Huracán, y al toque lo ficharon en la Quinta. Por la sencillez de la familia, los sueños de verlo en primera lo guardaban muy en la intimidad, pero se intuía la ilusión que tenían de que en algún momento sea realidad, y poder terminar el dormitorio de la planta alta.
Nosotros estábamos orgullosos del salto que había dado el Flaco, pero por otro lado, la competencia oficial, le generaba mayores responsabilidades, y entre sus entrenamientos y el campeonato, cada vez nos fallaba con mayor frecuencia.
De todos modos, siempre buscaba la forma de estar presente en los partidos “chivos”, aquellos en donde se juegan mucho más que dos puntos. Sí, en el potrero uno es capaz de matarse por solo dos puntos o simplemente por dejar bien calentitos a los campeones del torneo pasado…
A veces venía muerto de los entrenamientos, y nos pedía por favor no jugar. Un día era la rodilla, otro el hombro o la cintura. Después de un rato, indefectiblemente alguien aflojaba, y entonces, nos quedábamos sin arquero o venía a media máquina.
Cuando terminó el secundario, obviamente se puso a estudiar el Profesorado de Educación Física, y ahí se lo veía correr por el barrio o hacer ejercicio en un improvisado gimnasio en el patio de su casa.
La cosa se complicó cuando se puso de novio con una chica de Quilmes…no hay nada que hacerle, “un pelo … tira más que una yunta de bueyes”.
Si no estaba lesionado, estaba en la casa de la novia, y la presencia de Omar se hizo más espaciada. Es extraño, pero justo su ausencia, coincidió con una abrupta baja en el rendimiento del equipo. Nos comíamos 3 o 4 goles por partido.
Oscar, además del fundador del equipo, era el médico al que todos consultábamos por cualquier boludés o por algún certificado para zafar en el trabajo o la facultad.
Un día nuestro arquero, lo fue a ver porque aun seguía con molestias en la cintura. Si algo tiene de bueno Oscar, es que cuando no sabe de un tema, no habla, después se interesa, y al final te recomienda, por lo tanto, en este caso lo derivó a otro especialista.
De la noche a la mañana, nos enteramos que habían perdido mucho tiempo con un diagnóstico equivocado del médico de la AFA y que era imperioso operarlo con urgencia.
Sus padres quedaron paralizados, y su novia, una piba de carácter, se empezó a mover para todos lados.
Según Oscar, lo trató el mejor Oncólogo que había en ese momento.
- ¿Cómo oncólogo? ¿Tiene la papa?
- Si, en el hígado, y además es fulminante.
- Pero tiene 20 años… ¿cómo puede ser?
- La naturaleza no es tan sabia, a veces también se equivoca.
No nos alcanzaban los brazos para dar sangre, queríamos hacer todo junto, igual que cuando quedan pocos minutos para terminar el partido y vas perdiendo uno a cero.
Íbamos a visitarlo a la Clínica, le pedíamos que se recuperara rápido para que SSL pueda volver a primera. Le llevábamos El Gráfico donde estaban las notas al Pato Fillol. Mientras tanto, organizábamos con sus Viejos, el asadito para cuando le den el alta. Nosotros íbamos y veníamos, pero a un lado de su cama siempre estaba su novia, y al otro, calladitos, sus padres.
- Este muchacho, hoy está bien Omarsito, casi no le dolió, decía su Viejo cuando nos veía.
Y el Flaco seguía atajando las pelotas que le llegaban de todos lados, y además salía jugando con la cabeza alta, aunque con mucho esfuerzo. Pero el partido todavía no había terminado y siempre puede suceder un milagro, asi que después que terminó con la quimioterapia, organizó su casamiento.
Su familia se preguntaba ¿para qué?, y ninguno tenía respuesta del porqué una chica de 20 años se casaría con un enfermo terminal.
Seguro que fue el amor. Un gesto de amor que solo pueden hacer los que tienen el corazón grande.
Esa noche en Quilmes, la Iglesia estaba llena de gente, compañeros del mismo equipo y también adversarios, árbitros e hinchas de potrero, familiares y amigos, y el Flaquito estaba ahí, con un impecable traje azul, camisa blanca, casi pelado y sentado frente al altar, un poco encorvado y dolorido, pero mirando como su esposa, la mujer para toda su vida, venía del brazo de su suegro. “Tenemos un arquero que es una maravilla, ataja los penales sentado en una silla…”
A los dos días, lo llamé por teléfono para ver como estaba. Su señora, me dijo que muy cansado, pero que igual quería hablarme.
- Don Nito, gracias por estar en la Iglesia. Mandales saludos a todos los muchachos y deciles que siempre tienen que estar juntos.
El que se quedó sin fuerzas, fui yo..
Al día siguiente, Oscar recibió un llamado, vino por casa, me abrazó, como nos pidió el Flaquito, y nos pusimos a llorar… como ahora.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

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